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RELATOS CORTOS
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 La ganadora del concurso de relatos cortos ha sido Carmen Rodríguez Cillán con el relato LA LLAMADA DEL PARQUE.

El acesit ha recaido en Ana Fernández Robledo con el relato  SE LLAMARÁ "EL PARQUE DEL PRÍNCIPE"

 Este es el relato ganador.

LA LLAMADA DEL PARQUE

Navegando en las profundas aguas del recuerdo, encuentro trazos de mi vida unidas al que considero y seguro que más gente, el mejor y más grande tesoro natural encerrado en medio de nuestra ciudad, Cáceres, nuestro Parque del Príncipe.
Es curioso como cuando eres un niño o en la adolescencia, no eres capaz de apreciar ciertas cosas, ni dar demasiada importancia a ciertos recuerdos, pero con más edad, más experiencia y más nostalgia quedan impresos en tu vida, llegando a contemplarlo todo de manera muy distinta.
Ahora me doy cuenta, que el Parque del Príncipe siempre ha estado presente en mi vida desde bien niña, y que su alma y la mía han estado siempre unidas desde aquella tierna infancia.



He sentido siempre como me llamaba, desde que jugábamos en sus terraplenes rojos, viajando con la mente a otros lugares, a otros tiempos, a otras galaxias... cuantas tardes dedicadas al mejor de los aprendizajes, jugar, formando cada día nuestras historias, nuestras verdades y nuestro carácter.

Todavía recuerdo el aspecto que tenía entonces, no era para nada tan grande y majestuoso como ahora, la mayoría eran terraplenes y descampados, pero aún así nos encantaba bajar a jugar, correr y reír. Era nuestra rutina diaria después de llegar del colegio y hacer corriendo los deberes; creo que la frase más repetida y más escuchada entonces era: “¡Mama, prepárame el bocadillo que me voy a la calle a jugar con mis amigos!”

Que tardes nos pasábamos!, eran otros tiempos, los niños jugábamos en la calle, no teníamos consolas, ni móviles, ni ordenadores, no había wasap, ni tweenty, ... nuestros juegos eran imaginativos, sencillos y libres, juegos como el escondite, el corre que te pillo, los bolindres, las mariquitas, ...
Compartíamos juegos, vivencias y alguna que otra herida de “guerra”, que en aquella época lucías con orgullo y enseñabas a todo el mundo, pero que ahora con este culto a la belleza en la que vivimos, la ves como una horrible cicatriz, a pesar que te inspire una leve sonrisa, al recordar “las hazañas del pasado”.

Eran buenos tiempos, como disfrutábamos en esas tierras rojas de alrededor del parque, donde cualquier cosa que hicieras, conllevaba que te mancharás la ropa irremediablemente. Todavía no sé como mi pobre madre podría quitar estas manchas que traíamos los tres hermanos casi todos los días, pero como disfrutábamos y saboreamos la esencia de la vida, entre juegos, risas y algún que otro llanto.

Luego vinieron las mejoras y la ampliación, la construcción de los edificios de alrededor, pero allí seguía su esencia, llenando de vida todos sus rincones y desplegando sus colores en cada una de las estaciones, para quien se atreviera a perderse en sus entrañas.

Me mudé de barrio, ya no me caía tan cerca, pero a pesar de ello la voz del parque me llamaba. Siempre lo contemplaba en el horizonte, al subir la cuesta de mi calle, su silueta se elevaba en medio del paisaje, allí esperando, llamándome. Seguía siendo “mi” parque, ahora todavía más grande y hermoso, un sitio al que por supuesto volví en la adolescencia, con nuevas amigas, con nuevas historias, con nuevos proyectos.

Adolescencia qué difícil etapa!, no sabes muy bien que sientes, que quieres, que se espera de ti, ... todas esas tardes reunida con las amigas en un simple banco, contemplando a los caminantes, los árboles, los juegos de los más pequeños, a los mayores sentados hablando de sus cosas, a los paseantes.... y por supuesto a los chicos!. Esos primeros amores que empezaban a nacer en cada uno de nuestros corazones con tanta dulzura, sencillez, ternura e inocencia que no hemos podido volver a sentir nunca.

Cuantos problemas solucionados, cuantos desahogos y melodramas escuchados por los árboles, en especial la higuera. Esa majestuosa higuera del centro del parque, considerada por todas como nuestra cortina natural, ante la mayoría de miradas de extraños y curiosos, y que también nos permitía en muchas ocasiones “espiar” sin ser vistas. En definitiva era nuestro refugio, nuestro pequeño oasis, nuestra isla “secreta” en medido de nuestro parque.

Esos pensamientos sinceros, tiernos e inocentes, dieron lugar a los primeros escarceos amorosos. Estaba escrito y como no podía ser de otra manera, acabé viviendo algunas de mis tardes románticas dentro de ti mi querido y amado parque, mejor escenario y más cercano a mí, es imposible imaginarlo... paseos cogidos de la mano, mirándonos tímidamente a los ojos, esos momentos que hacían todavía más hermosos los árboles, el sonido de los pájaros y de las grandes fuentes inauguradas tan sólo unos años antes.

Cuantos recuerdos, algunos afloran de nuestros corazones, otros brotan de las fotos que nos hicimos, dentro de nuestro mejor marco, en grupo o en pareja, siempre con el escenario único y tan familiar de “mi parque”.

Los proyectos, los sueños, las promesas, los planes, todos elaborados y dictados por el corazón, entre los trazos de la amistad y la atmósfera majestuosa que se respira en este entorno tan excepcional y a la vez tan privilegiado.

También pasamos mucho tiempo de verano en esa piscina, nos encantaba sentarnos en la cuesta, que aunque no era nada de cómodo, era nuestra atalaya, nuestro mirador, el lugar donde contemplar a los bañistas, al resto de usuarios de la piscina y algún que otro chico guapo.
Jugabamos, reíamos, nos contábamos nuestros secretos y nos apoyábamos unas en otras para intentar resolver todos aquellos traumas y conflictos de la adolescencia.

Hubo un tiempo en que me alejé de ti querido parque, estuve un poco lejos de mi cuidad, formándome e intentando prepararme para afrontar lo que ya era la madurez y la búsqueda de un medio de vida, un trabajo. Tan sólo fueron 5 años, pero confieso que deje de visitarte tanto.

Al final tu me reclamaste y a pesar de que me alejé de ti, conseguiste que volviera. Mi primer trabajo, ese que marca el resto de tu vida, estaba tan cerca de una de tus entradas, que cada día veía tus senderos al menos 4 veces al día, allí estabas, contemplando mi vida en silencio, como habías hecho desde que era una niña.
 A veces, estresada por el trabajo, me adentraba en tus entrañas, recorriéndote despacio, aspirando todos tus perfumes y recreándome con tus colores y formas, eras mi medicina, mi cura de espíritu, el sitio donde reposar el alma.  Como me refugiaba en tus silencios, sentada en uno de los bancos al lado de las fuentes, para escuchar esos rumores del agua y recibir sus curaciones. O me perdía despacio entre esos magníficos y soberbios árboles que con el tiempo crecieron y se alzaron majestuosos, formando un pequeño bosque, en el corazón de mi pequeña y señorial ciudad.

Me volví a alegar un poco lo confieso, quizás absorta por el trabajo y por vivir otras experiencias, pero como ya hiciste hace años, me volviste a llamar. Empecé a frecuentarte los domingos con mi puesto solidario, esperando paciente a que un viandante se parara a mirar, a conversar o incluso comprar. Siempre disfrutando de tu belleza, de tu encanto y de la conversación de nuevos amigos y conocidos que encontramos en estos menesteres, fue una gran época. A veces pasamos frío, algo de calor, pero merecía la pena el esfuerzo y sobre todo volver a adentrarme en tu esencia, en tu magia, en tus recuerdos...

Es curioso como mis parientes cercanos también fueron llamados por ti y atrapados por tu magia, para que nuestra historia y la tuya, mi parque, continuaran fluyendo juntas hasta que la vida se nos escapé.
Mi abuela, con su silla de ruedas, pasea por tus avenidas con el buen tiempo, contempla tus paisajes y se para en tus bancos a disfrutar de tu entorno. Y hasta mis pequeños sobrinos, han descubierto en tus entrañas, un rincón de juegos donde correr, columpiarse, “pescar” y contemplar animales, como hice yo hace tantos años, mi querido parque.
 
Y como no podía ser de otra forma, sigues llamándome, si la vida me aleja de ti haces que vuelva contigo de una manera u otra, ahora a través de una Asociación que lleva en sus siglas tu nombre. Espero poder ser digna de llevarlas, espero poder ayudar a hacerte grande, porque para tu humilde escribiente, siempre serás el lugar donde aprendí a vivir, amar, sufrir, levantarme y luchar, el lugar al que vuelvo y volveré, hasta  que la luz de mi vela se apague.




Escrito por José Luis.

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